5 de septiembre de 2011

99 | Éxito y Motivación. Parte 1

¡Estamos de vuelta! 

Espero que hayáis descansado y que volváis -todos los que volvéis al trabajo- con la motivación y las ganas por las nubes. Sea así o no, he preparado una gran historia, dividida en cuatro partes. Cada  lunes saldrá una nueva entrega, como si esto fuera un kiosko, hasta completar las cuatro. En la última diré quién es el protagonista.

Coged palomitas, que empezamos:

Yo también lo hacía. Pasaba al lado de una gran mansión y me preguntaba quién vivía allí. ¿Qué ha hecho esta gente para ganarse la vida? ¿Cómo han ganado todo ese dinero? Algún día, me decía a mí mismo, me gustaría vivir en una casa así. Cada fin de semana lo hacía.

He leído libros acerca de las personas de éxito. De hecho, leía todos los libros o revistas que caían en mis manos. Me decía a mí mismo: Una buena idea puede estar en este libro y puede ser la diferencia entre conseguirlo o no.

He trabajado puestos de trabajo que no me gustaban. He trabajado puestos de trabajo que me encantaban, pero en los que no tenía ninguna posibilidad de hacer carrera. He trabajado en puestos de trabajo con los que apenas podía pagar el alquiler. Tenía tantos puestos de trabajo que mis padres se preguntaban si algún día tendría estabilidad... La mayoría de ellos no están en mi Currículum porque los tenía tan poco tiempo o son tan estúpidos que me daba vergüenza ponerlos. No quiero escribir sobre la venta de leche en polvo o la venta de franquicias de tiendas de reparación de televisores. En cada puesto de trabajo, tanto si lo odiaba como si lo amaba, mi mente lo justificaba pensando en que me pagaban por aprender y que cada experiencia sería de valor cuando supiera qué era exactamente lo que quería hacer cuando fuera mayor. 

Si alguna vez me hiciese mayor, esperaba montar mi propio negocio. Eso es exactamente lo que me decía a mí mismo todos los días. En realidad, tenía muchas más dudas que confianza, pero esperaba que la confianza ganara a la duda y todo saliese bien.

Recuerdo tener 24 años de edad, viviendo en Dallas en un apartamento de 3 dormitorios con 5 amigos. La verdad es que no era un lugar muy bonito que digamos, nadie se pegaba por vivir ahí. Ahora ya no existe, fue derribado. Yo no tenía mi propia habitación: dormía en el sofá o el suelo en función de a qué hora llegase a casa. Tampoco tenía armario, en lugar de eso había un montón de ropa en el suelo que todo el mundo sabía que era la mía. Mi coche tenía el agujero habitual en el suelo, un FIAT  X1/9 del 77 que consumía más que el litro de gasolina que me podía permitir todas las semanas.

Para empeorar las cosas, me alimentaba a base de comida rápida en la “happy hour food” (N del T: durante un determinado periodo de tiempo ciertas bebidas o platos cuestan menos dinero de lo habitual), y en el menú entraban dos cervezas, así que estaba subiendo de peso como un cerdo. Mi confianza no estaba en su punto más alto. Me estaba divirtiendo, no me malinterpretéis. Realmente lo pasaba bien: grandes amigos, la gran ciudad, mucha energía, chicas guapas... Ok, las chicas guapas no tenía ningún interés en mi culo gordo y que seguía creciendo, pero esa es otra historia...

Estaba decidido y motivado a hacer algo que amara. Lo que pasa es que no estaba seguro de lo que era. Hice una lista de todos los diferentes puestos de trabajo que me gustaría hacer (todavía la tengo). El problema es que no estaba calificado para ninguno de ellos. Pero tenía que seguir pagando las facturas.

Finalmente conseguí un trabajo como camarero en un club de noche. Un comienzo, pero no fue una carrera, tuve que seguir buscando durante el día.

Una semana más tarde contesté un anuncio que había en el periódico en el que buscaban a alguien que vendiera software para PC en la primera tienda que empezó a vender software al por menor en Dallas. El anuncio fue colocado en realidad por una agencia de empleo de esas que ganan por llevar los candidatos a la empresa, así que le di una oportunidad.

Puse mi “cara de entrevista de trabajo”, y por supuesto mi traje para entrevistas, que acaba de pasar a ser uno de mis dos trajes de poliéster que había comprado para el total general de 99 dólares. Rayas grises. Azul a rayas. No importaba si llovía, las gotas simplemente rodaban por el traje. Podía arrugarlos, se volvían a quedar como estaban. Poliéster, el tejido milagroso.

Me gustaría poder decir que el traje azul y mis habilidades de entrevista en la agencia de empleo impresionaron lo suficiente como para pasar a la entrevista con la tienda de software. En realidad, no muchos habían solicitado para el trabajo y la agencia quería cobrar la comisión, por tanto habrían enviado a cualquiera a la siguiente entrevista. No me importaba.

Me puse el traje gris para mi entrevista en la empresa de software. Estaba entusiasmado. Era mi oportunidad para entrar en el negocio de las computadoras, ¡una de las industrias que había puesto en mi lista!

Recuerdo bien la entrevista. Michael Humecki –el presidente- y Doug (no recuerdo su apellido) -su socio- me entrevistaron doblemente. Michael habló la mayor parte del tiempo al principio. Me preguntó si yo había utilizado el software de PC antes. Mi experiencia total con ordenadores en aquel momento  se remontaba a un ya olvidado TI/99A que me había costado 79 dólares. Lo usé para intentar aprender por mí mismo el lenguaje de programación Basic mientras me recuperaba de la resaca durmiendo en el suelo durante las horas en las que mis compañeros estaban en el trabajo. Los entrevistadores no estaban muy impresionados.

Estaba tratando de aplicar todos los trucos de entrevistas personales que conocía. Solté el discurso acerca de cómo yo era un buen vendedor, ya sabes, la parte de la entrevista en la que estás básicamente implorando un puesto de trabajo, con el uso de frases clave como "me preocupo por el cliente", "me comprometo a trabajar muy, muy duro "y" voy a hacer todo lo necesario para tener éxito”. Desafortunadamente, recibí la mirada “tal vez… si nadie más viene a por el trabajo…” de Michael.

Finalmente, Doug habló. Me preguntó: "¿Qué harías si un cliente tiene una pregunta acerca de un paquete de software y tú no sabes la respuesta?". Todas las posibles respuestas se agolpaban en mi mente. Me tuve que preguntar si esto era el "test de honestidad”, ya sabes, aquel que utilizan para saber si admites algo de lo que no tienes ni idea. ¿Es una pregunta trampa sobre tecnología de la que todo el mundo sabe la respuesta menos yo? Después de quién sabe cuánto tiempo, respondí: " Lo buscaría en el manual y encontraría la respuesta para ellos." Ding, ding, ding ... a Doug le encantó esa respuesta.

Michael no estaba tan convencido, pero luego me hizo la pregunta que tanto deseaba escuchar: “Si te contratamos, ¿Estarías dispuesto a no volver a la agencia para que no tengamos que pagarles su comisión?” Estaba dentro.

¿Qué quiere decir todo esto? Nada todavía, sólo ha sido divertido contarlo. Tendréis que esperar hasta la segunda parte si os interesa. 

2 comentarios:

  1. Que historia más emocionante, cuando sale el próximo capítulo? Me ha encantado.

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  2. ¡Muchas gracias Ana! Cada lunes un nuevo capítulo hasta completar los 4 ;-)

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