Este texto forma parte de la conferencia que pronunció Evaristo Aguado -mi coach, al que mando un abrazo desde aquí- en la apertura del curso académico del C.M.U. Albayzín de la Universidad de Granada. Espero que os guste tanto como a mí:
La caída de Lehman Brothers, de la que el día 15 de septiembre se cumplió el tercer aniversario, abrió un capítulo todavía sin cerrar. En la tarde del 14 de septiembre del 2008 los empleados de este banco de inversiones centenario recibieron un correo electrónico en el que se les comunicaba los planes para declararse en suspensión de pagos. Aunque era domingo, decenas de empleados se dirigieron a la sede del banco, en el 745 de la Séptima Avenida de Manhattan, para recoger sus pertenencias. La imagen de los lehmanitas saliendo con cajas y maletas con sus pertenencias fue el primer icono de la crisis.
Nadie sospechaba que la onda expansiva de aquel acontecimiento cruzaría el Atlántico y contribuiría a precipitar la peor crisis de la democracia económica en Europa. Y sigue sin conocerse el desenlace.
Lo peor es que tres años después, el temor a otro colapso financiero revive. El miedo es cada vez mayor. En EEUU se piensa en una segunda recesión que engrosaría las filas del paro y pondría en peligro la reelección de Barack Obama en 2012. Y, en la Europa de la crisis de la deuda van cayendo los gobiernos de cualquier signo cuando se presentan a unas elecciones. Decía el financiero George Soros en The New York Times refiriéndose a la nueva etapa de la crisis que se acerca “Esta crisis tiene potencial para ser peor que lo de Lehman Brothers”
Peter Wallison, del Laboratorio de ideas American Enterprise Institute dice asustado “Las cosas no son normales. Estamos en condiciones muy débiles. Tenemos una tasa de crecimiento casi cero, un desempleo muy alto, una confianza del consumidor muy baja y pesimismo entre empresarios e inversores”
Es como si todos estuviéramos hipnotizados y no supiéramos salir de la pesadilla que invadía al principio a las grandes entidades financieras norteamericanas y que después iba extendiéndose como una gran mancha de aceite por el mundo. La Banca, las Bolsas, todo ha ido infectándose de una enfermedad contagiosa hasta llegar a las economías domésticas y sentir cada uno de nosotros la falta de liquidez, la lacra del desempleo.
Pero… ¿cómo ha sido esto, nos preguntamos, si ayer construíamos trenes de alta velocidad entre ciudades a 70 km. de distancia y aeropuertos en cada ciudad que se preciara; si teníamos dinero para inaugurar auditorios y pabellones deportivos en cada rincón; si nos atrevíamos a hacer hasta nuevas plazas de toros en pueblos sin gente para llenarlas; si viajábamos por el mundo; si no había una promoción de la Universidad que no se desplazara a Cancún o a la Ribera Maya para poder disfrutar del final de sus estudios universitarios?
La cruda realidad se impone.
Entre los economistas y los políticos hay consenso sobre las causas inmediatas de la crisis pero no hay consenso sobre sus causas profundas.
Pienso que casi nadie quiere pensar en las causas últimas de la gran crisis.
Edward Rutherfurd, en su obra sobre Nueva York nos describe tres crisis económicas ocurridas durante el siglo pasado y el actual. Merece la pena leer unos párrafos sobre las mismas.
Refiriéndose a las causas de la crisis de 1907 dice el autor:
“Los fideicomisos era una manera de ganar dinero a lo grande… Comportándose como un banco, pero sin atenerse a las normas que debían respetar los bancos, pagaban elevadas tasas de interés y después emprendían las más elevadas especulaciones… Todo esto estaba a punto de provocar el desmoronamiento de todo el mercado...” (Nueva York, Edwuard Tutherfurd, 2010, págs. 634, 635)
Elevadas tasas de interés, las más elevadas especulaciones, desmoronamiento del mercado.
Pero sigamos con el novelista y vayamos a 1929.
“El dinero afluía de continuo; los agentes, bancos y otras empresas financieras proliferaban como setas: incluso en la enorme economía estadounidense no había en realidad suficientes valores productivos correlativos a toda esa liquidez, lo cual ocasionó una subida de precios. Y después se instaló, por supuesto la codicia desenfrenada… Parece que Nueva York en pleno parecía haber olvidado toda moral…” (Nueva York, Edward Rutherfurd, 2010, pág. 747)
Subida de precios, codicia desenfrenada, olvidada toda moral.
Y llegamos a nuestra década.
“¿No sabes que también hay otra burbuja ilusoria? Una burbuja de expectativas vanas, de casas mayores, de aviones privados y primas desaforadas. La gente acaba deseando y creándose expectativas de este tipo de cosas, pero esa burbuja también va a estallar, como no puede ser de otro modo” (Nueva York, Edward Rutherfurd, 2010, pág. 915)
Primas desaforadas, burbuja de expectativas vanas.
La historia no se repite, pero rima, según la frase atribuida a Mark Twain.
La crisis de los tres últimos años evoca estas comparaciones que hago con la de 1907 y sobre todo con los años treinta y la gran depresión. El propio Barack Obama, como dice Marc Bassets, tras llegar a la Casa Blanca en enero de 2008, cultivó los paralelismos con Franklin Delano Roosevelt que tanto trabajó para salir de la Gran Depresión. Pero la crisis actual –crisis económica y de confianza y moral- también remite a otra época y a otro presidente que nadie, en Estados Unidos, quiere reivindicar: Jimmy Carter, presidente en una época de pesimismo, de marasmo económico, de sensación de declive.
Pero ¿qué necesita nuestra sociedad global para que se produzca un cambio radical al sistema imperante?, ¿por qué nos da miedo tratar con profundidad el problema que vivimos?, ¿qué soluciones podemos aplicar?
Está claro que las soluciones economicistas aplicadas hasta ahora son meros parches para solucionar el grave problema en que estamos inmersos. ¿Es que podemos pensar que solucionaremos todo con una rebaja inmediata de los tipos de interés; el mantenimiento de las masivas inyecciones monetarias del BCE para facilitar la máxima liquidez del sistema bancario y financiero; la rápida y eficaz instrumentación de los acuerdos que va tomando la Cumbre Europea; el cumplimiento de los planes de ajuste de los países periféricos y la adopción de medidas de estímulo de la actividad en los estados que tengan margen fiscal para ello?
Por supuesto que hay que tomar estas medidas de urgencia y calado.
Hasta ahora hemos estado “sujetos al discurso de los contables, de las agencias de calificación de riesgos, de los tipos de interés, de los diferenciales de la deuda, del déficit, de los rescates, de la liquidez y de tantos conceptos que se acercan más a las preocupaciones que puede tener un tendero al terminar la jornada que a la altura de miras y visión que se supone a quien tiene el privilegio y la responsabilidad de gobernar” (Lluis Foix. La Europa de los contables. La Vanguardia 13 de octubre de 2011, pág 20)
Las raíces y razones verdaderas de la crisis económica y social han estado, entre otras causas, en el derroche, en el despilfarro, en el vivir por encima de las posibilidades y necesidades, en el culto idolátrico al dinero y al enriquecimiento fácil. Uno de los efectos de la crisis moral que, de un modo u otro, en una proporción u otra, nos ha traído la crisis económica, ha sido dilapidar y despreciar el valor del esfuerzo, del sacrificio, de la contención, de la sobriedad y de la austeridad. Resulta tristemente paradigmático a este respecto comprobar el egoísmo, la insolidaridad, la politización partidista y asimétrica y la demagogia en algunas proclamas políticas y movilizaciones sindicales y populares -en muchísimos países del mundo- mediante las cuales se protesta ante los recortes.
Ante grandes males grandes oportunidades.
Se oyen voces nuevas que reclaman una refundación del capitalismo, un nuevo orden, un modelo alternativo, que nos puede llevar a utopías de altermundismo, ecologismo, límites al desarrollo.
Incluso han surgido movimientos interesantes por la forma como se han generado y los principios que los inspiran. Así Anonimous, o en España un conjunto de movimientos que nace con el nombre de 15M y que después, juntos o por separados, conocemos como Indignados. Este movimiento pretendía regenerar y dar vida a una democracia esclerotizada y secuestrada por los propios partidos que la protagonizan. Por eso su lema preferido era “¡Democracia real ya!” Estos movimientos, inspirados en Stéphane Hessel, presentaron un primer manifiesto que constaba de nueve puntos y en el que se incidía en valores como la igualdad, el progreso, la sostenibilidad, el bienestar y la felicidad. Un comienzo abierto que parecía querer representar a todos los ciudadanos. Pedían, por ejemplo, que el sistema económico no sea “un obstáculo para el progreso de la humanidad” Rechazaban la “acumulación de dinero por encima del bienestar de la sociedad”, también “el ansia y la acumulación de poder en unos pocos” Sostenían la necesidad de realizar una “Revolución Ética”
Nada que objetar a este manifiesto. Mi total apoyo. Un gran diagnóstico de las causas y soluciones a la crisis de la burbuja de las expectativas de la que Edward Rutherfurd hablaba.
Sin embargo todo este conjunto de ideas fundamentales no ha dado lugar, por lo menos hasta el momento, a un Movimiento regeneracionista que consiga que la sociedad asuma las causas de la crisis y esté dispuesta a realizar los sacrificios necesarios para regenerarse, para cambiar de cultura y hábitos, para resurgir como hombres nuevos y mujeres nuevas.
Este Movimiento no ha logrado aunar a la sociedad en un frente ético común y así mientras que para José Luis Sampedro “La democracia está pervertida, secuestrada, y por eso tenéis razón, por eso no sois una generación perdida y es necesaria una democracia real” para Arturo Pérez Reverte “Lo de Sol, movimiento prometedor, ha degenerado en esperpento. Un final grotesco para tantas ilusiones, un final tan español que duele” Dos regeneracionistas con opiniones totalmente contrapuestas sobre el mismo movimiento.
Me imagino que a estas alturas ya sabéis cuál es la apuesta revolucionaria que os propongo. Pues sí se trata del rearme moral de la sociedad. Me quedo con la frase de Bauman cuando dice que “la experiencia cotidiana confirma obstinadamente que los principios morales son cada vez menos vinculantes, lo cual resulta alarmante”
Os propongo una activa toma de conciencia de la gravedad de la crisis y de su magnitud, desde la solidaridad comprometida y fundamentalmente desde una reconversión en el modo de pensar y vivir de las personas, de los colectivos, de las instituciones, de las administraciones. Y, claro, todo ello necesariamente ha de conllevar muchos, bastantes sacrificios.
Os propongo una vuelta a los valores de los que todos hablamos pero luego no sabemos enumerar, os propongo aprovechar la crisis económica como una oportunidad de regeneración que no debemos desaprovechar.
Primer valor: la persona. Y para esto lo primero que hemos de hacer es no olvidarnos de la centralidad del hombre, con el objetivo de ofrecer una visión completa de la persona; una visión que considera a la vez la dimensión individual, social y la trascendente. No olvidarnos de la dignidad del hombre y la medida para que éste alcance su verdadera plenitud. Aquí está la clave de la verdadera regeneración de la sociedad. Los apaños económicos financieros son arreglos temporales. La verdadera solución del problema está en volver a valorar la dignidad del hombre como persona en lugar de valorar el dinero como icono de una sociedad nueva.
Hemos de volver a las raíces de Europa, que unen la Filosofía griega con el Derecho Romano y la ética judeo cristiana, aportan una rica concepción del ser humano, proporcionan una perspectiva realmente humanizadora de la sociedad, descubridora de nuevos horizontes. Raíces que fundamentan y promueven la verdadera filantropía (amor a los demás, según el significado del término griego original, deformado a veces por el uso y abuso de esta palabra) que lleva a valorar a las personas por sí mismas, más allá de la consideración de lo que producen o aportan a la sociedad.
Conscientes de esa dignidad de cada persona, que es única e irrepetible, las relaciones personales han de volver a ser sinceras y veraces. Y ésta es una de las dificultades fundamentales que encontramos en la sociedad actual: no se cree en la existencia de la verdad. Se ha de fomentar la capacidad de diálogo basado en la verdad, la lealtad y el clima de confianza, respetando las legítimas diferencias de opinión entre los miembros de la sociedad. Como dice Stefan Zweig en El mundo de ayer “Como me cansa esa gente que escupe sus opiniones y sentimientos como si fuera sangre”
Segundo valor: la verdad. Y una vez que nos hemos detenido en el punto central: la persona. Quiero ir a un valor del que nunca se habla: la búsqueda de la verdad. La crisis de la que venimos hablando se produce en primer lugar por no considerar la alta dignidad de la persona como tal, pero en segundo lugar por haber construido un mundo relativista en donde “nada es verdad ni es mentira, todo es del color del cristal con que se mira” Hemos hecho una sociedad donde la falta a la verdad domina en el mundo político, económico, financiero, de los negocios, en las relaciones cotidianas, incluso en la vida doméstica. La verdad, la transparencia no están de moda pero “un hombre bueno sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva, un cúmulo, de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero, en el fondo, marginales” Benecicto XVI. Caritas in veritate)
Este valor supone una actitud de apertura, de adecuarse y conformarse a la realidad de las cosas. Hemos de tener interés por encontrar la verdad, por respetarla y mostrarla con amabilidad, y hacer una consideración interdisciplinaria de las cuestiones con rigor intelectual. Hemos de tener inquietud por las grandes cuestiones que afectan al hombre. Si buscamos la verdad nuestra coherencia de vida será total.
Atenerse a la verdad nos llevará a un inquebrantable compromiso con la justicia.
Tercer valor: el compromiso social. En un mundo relativista, egoísta, asustado por las consecuencias económicas y sociales que hemos generado entre todos; hemos de volver a tener un fuerte compromiso social. Implicarnos en las cuestiones de la sociedad y contribuir con soluciones plurales a los problemas de nuestra época. Desempeñemos un papel activo en la construcción de la sociedad, en el mundo universitario encorsetado por parámetros academicistas, en el mundo del trabajo al que pronto os incorporaréis. Potenciemos la disposición de servicio a los otros y la solidaridad, empezando por los más cercanos. Es necesario que tomemos conciencia del escándalo y de la vergüenza que supone el hambre en el mundo, en tantos millones de seres humanos. Procuremos ser motores del cambio social y actuemos a favor de la justicia. Para ello debemos concienciarnos de la necesidad de que nuestras conductas sean sostenibles e impulsar el reconocimiento efectivo de los derechos humanos en la sociedad.
Cuarto valor: la excelencia. La excelencia ha de ser algo más que una aspiración, una realidad, un valor, un pilar esencial. El esfuerzo por alcanzar la excelencia ha de formar parte de vuestro modo de entender el trabajo y es una aspiración que debe culminar en un reconocimiento externo. El prestigio profesional es el resultado, reconocido socialmente, de la tarea profesional. Tendréis excelencia si el estudio o el trabajo que hacéis son excelentes, son trabajo bien hecho.
La sociedad está cansada de mediocres, incluso de mediocres disfrazados de excelentes por el trabajo de asesores de imagen.
Es muy bueno querer alcanzar la excelencia lo antes posible; y sin embargo, la excelencia se logra con el trabajo constante, de muchos años. No hay atajos. Pero son años fundamentales los años universitarios que preparan para la vida laboral.
La excelencia no se alcanza con declaraciones grandilocuentes, sino con una multitud de pequeños esfuerzos, tareas sencillas y ocultas… que exigen un alto grado de virtud, de orientación a los demás, de compromiso social.
El edificio de la excelencia se asienta también sobre virtudes humanas, muchas de ellas referidas «a las relaciones sociales, esto es, la honradez, el espíritu de justicia, la sinceridad, los buenos sentimientos, la fortaleza.
Actualmente se hace más necesario redescubrir el valor y la necesidad de las virtudes humanas, pues algunos las consideran en oposición a la libertad, a la espontaneidad, a lo que piensan equivocadamente que es "auténtico" en el hombre.
Los excelentes tienen horizontes amplios, noble ambición profesional. Existen otros mundos posibles al que nos rodea. Somos universitarios y como dice el Profesor Llano hemos de tener un estilo universitario que se caracteriza por la amplitud de mente, la ironía, el amor a la libertad, el rigor intelectual y el afán de saber (Repensar la Universidad. La Universidad ante lo nuevo. Ediciones Internacionales Universitarias. Madrid, 2007, pág. 49)
Particular importancia reviste para ser excelente tener un alto nivel cultural.
Por último, aunque parezca hoy en día un tema sin importancia, os diría expresamente que la excelencia también se nota en el tono humano, el comportamiento cordial y respetuoso en las relaciones con los demás. Hasta en el vestir. Llama la atención como Stefan Zweig describe a Rilke : “La vulgaridad se le antojaba insoportable, su ropa siempre era el súmmum de la pulcritud, el aseo y el buen gusto. Su indumentaria también era una obra de arte de la discreción…” (Stefan Zweig. El mundo de ayer. Memorias de un europeo, pág. 189. Acantilado, mayo 2006)
Como veis os dejo un panorama inmenso, un territorio para conquistar sin fronteras de ningún tipo.
Sólo he intentado que no os ocurra lo que dice el metafísico Llano “Para mucho estudiantes, los años pasados en la Universidad vienen a ser una suerte de túnel oscuro y vacío, porque no se han tropezado con auténticas realidades, ni nadie les ha dicho una palabra orientadora sobre el sentido de sus vidas” (obra citada, pág. 41)
Ojalá mis palabras sirvan en alguna manera para que hayáis escuchado unas palabras orientadoras sobre el sentido de vuestras vidas.
¡Ánimo, en vuestras manos está el reto! No regateéis esfuerzos.